El poder de la gratitud y la presencia consciente
A veces buscamos respuestas complejas para aliviar el vacío, la ansiedad o el cansancio emocional
Beatriz Álvarez
6/4/2024


A veces buscamos respuestas complejas para aliviar el vacío, la ansiedad o el cansancio emocional que sentimos. Pero lo más transformador, lo más sanador, no siempre viene de lo grande. A menudo, lo más profundo nace de lo simple. De algo tan aparentemente cotidiano como detenerte, respirar, observar… y agradecer.
La gratitud no es solo una actitud positiva. Es una práctica espiritual, emocional y energética que tiene el poder de cambiar radicalmente cómo nos sentimos, cómo percibimos la vida y cómo nos relacionamos con nosotras mismas y con el mundo. Es un recordatorio de lo que sí hay, en un mundo que constantemente nos enfoca en lo que falta.
Vivir desde la gratitud es elegir mirar con otros ojos. Es reconocer el valor de lo que a menudo damos por hecho: un nuevo día, una conversación, una caricia, un momento de silencio, un aprendizaje difícil. Cuando agradeces, cambias tu frecuencia. Y esa frecuencia crea realidades distintas.
Pero la gratitud solo puede florecer en un lugar: el presente. Porque no puedes agradecer lo que no ves, lo que no sientes, lo que no habitas. Por eso, la presencia consciente es su compañera inseparable. Juntas, crean una base firme desde donde volver a ti, desde donde enraizarte, desde donde recordar que aquí y ahora ya tienes todo lo que necesitas para empezar a estar bien.
La presencia consciente no es simplemente estar en el presente, sino estar de verdad. Con todo lo que hay. Con la respiración, con el cuerpo, con las emociones, con lo que está ocurriendo en este instante. Es dejar de vivir en el ruido mental del pasado o del futuro, y volver a este momento, único e irrepetible, que es el único lugar donde la vida realmente sucede.
Cuando practicas la presencia consciente, te escuchas. Sientes tu cuerpo, tus tensiones, tus emociones no expresadas. Te das cuenta de cuántas veces estás en automático, haciendo sin ser, reaccionando sin elegir. Y al darte cuenta, puedes empezar a cambiar. A responder en lugar de reaccionar. A decidir en lugar de actuar desde la inercia.
Y cuando te vuelves presente, agradecer se vuelve natural. No necesitas cosas extraordinarias para sentirte afortunada. Basta una taza caliente, una mirada amable, una canción, un rayo de sol. Cosas pequeñas que, en presencia, se vuelven grandes. Porque en realidad, la vida está hecha de instantes. Y si los vives con gratitud, cada instante se vuelve un hogar.
La gratitud y la presencia son prácticas. No siempre surgen solas. No cuando estás en modo supervivencia, no cuando tu mente corre más rápido que tu respiración. Por eso, requieren compromiso. Una decisión diaria. Un espacio sagrado que te das a ti misma para detenerte, observar, sentir y agradecer.
No es cuestión de negar el dolor, ni de ponerle positividad forzada a todo. Es cuestión de equilibrio. Puedes agradecer aunque estés en proceso. Aunque algo duela. Aunque no todo esté resuelto. Agradecer lo que sí funciona. Lo que sí está. Lo que sí eres. Eso también es sanación.
Muchos estudios ya demuestran que cultivar gratitud mejora la salud emocional, disminuye el estrés, aumenta el bienestar, mejora la calidad del sueño y fortalece las relaciones. Pero más allá de los datos, lo que importa es cómo se siente en ti. Cómo, cuando te permites agradecer, el cuerpo se relaja. El corazón se abre. La mente se aquieta.
Vivir desde la gratitud y la presencia es también un acto de resistencia frente a un mundo que te empuja al hacer constante, al rendimiento, a la comparación. Es volver a lo esencial. Es decirle al alma: “Estoy aquí. Estoy viva. Estoy agradecida”. Y eso, aunque no cambie el mundo externo, cambia tu mundo interno por completo.
¿Cómo empezar a practicarlo?
Puedes iniciar cada día con una pausa consciente. Antes de mirar el móvil, antes de empezar con las obligaciones, simplemente respira. Pon la mano en tu pecho. Agradece estar viva. Agradece este nuevo día. Siente tu cuerpo. Mira a tu alrededor. Trae a la conciencia tres cosas por las que te sientes agradecida.
Durante el día, practica momentos de presencia. Cuando caminas, cuando comes, cuando hablas con alguien, cuando estás sola. Detente unos segundos y observa. ¿Dónde estás? ¿Qué sientes? ¿Qué hay aquí que puedas agradecer, ahora mismo?
Y por la noche, antes de dormir, haz un pequeño ritual. Recuerda lo vivido. No solo lo difícil, sino también lo bueno, lo tierno, lo simple. Agradece cada aprendizaje. Agradece haberte sostenido. Agradece que, aunque no todo esté perfecto, tú sigues caminando.
Estas prácticas no requieren tiempo extra. Requieren conciencia. Requieren intención. Son semillas que, si riegas cada día, transforman tu paisaje interior.
Y si te cuesta, si sientes que estás desconectada, que todo pesa demasiado, que no sabes por dónde empezar… está bien. La gratitud no siempre es fácil cuando hay dolor. La presencia no siempre se alcanza cuando hay ruido. Por eso, el camino no es la exigencia, sino la ternura. Empezar por pequeños momentos. Por instantes. Por darte permiso para sentir lo que hay, sin forzarte a sentir otra cosa.
Estoy aquí si deseas acompañamiento en este proceso. Para ayudarte a reconectar contigo, con tu cuerpo, con tu respiración, con tu corazón. Puedes agendar tu primera sesión desde mi web o por teléfono. Juntas podemos construir espacios internos donde la gratitud y la presencia no sean solo ideas, sino experiencias reales, vivas, sanadoras.
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