Abrazar tu lentitud

Sanar la exigencia de ir siempre deprisa

Beatriz Álvarez

10/27/20243 min read

worm's-eye view photography of concrete building
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Vivimos en un mundo que corre. Todo es para ayer. Todo exige rapidez, resultados, eficiencia. Si no vas deprisa, parece que estás perdiendo el tiempo. Si no produces, te sientes culpable. Si te detienes, algo en ti susurra que estás quedándote atrás.

Pero, ¿y si ese ritmo no es el tuyo? ¿Y si tu alma necesita ir más lento? ¿Y si lo que más necesita tu proceso es pausa, espacio, respiración?

La exigencia de ir rápido es una forma de violencia interna. Nos desconecta de nuestras necesidades reales, nos empuja a exigencias autoimpuestas, nos encierra en una sensación constante de insuficiencia. Siempre queda algo por hacer. Siempre sentimos que no llegamos.

Y lo más profundo: aprendimos que solo si rendimos, valemos. Que descansar es un lujo. Que parar es fracasar. Que estar cansada es normal. Que vivir en automático es lo que toca. Y ahí, la lentitud se vuelve amenaza. Nos da miedo el silencio, la quietud, la contemplación. Porque en ellas empieza a emerger lo que evitamos sentir.

Pero abrazar tu lentitud es abrazar tu humanidad. Es darte permiso de estar en tus tiempos, no en los de afuera. Es recuperar tu compás interno. Es dejar de correr una carrera que no es tuya. Es volver a ti.

La lentitud sana. Sana el sistema nervioso, que está cansado de estar en alerta. Sana la mente, que necesita espacio para integrar. Sana el corazón, que pide ser sentido y no solo usado para sobrevivir. Sana el alma, que solo puede hablarte cuando hay silencio.

Ser lenta no es ser perezosa. Es ser consciente. Es darle valor al proceso. Es honrar los ciclos. Es saber que las cosas importantes necesitan tiempo. Que el duelo, la sanación, el amor propio, la transformación… no son instantáneos.

La lentitud te permite escuchar. ¿Qué siento hoy de verdad? ¿Qué me pide mi cuerpo? ¿Qué me está mostrando esta incomodidad? ¿Qué necesito más allá del “debería”? Y ahí aparece la sabiduría. Porque la prisa bloquea el sentir. Y sin sentir, no hay conciencia.

Abrazar tu lentitud también es un acto de rebeldía amorosa. Es decidir que no te vas a seguir maltratando. Que tu valor no está en cuánto haces, sino en cuánto te habitas. Que tu energía no está disponible para sostener lo insostenible. Que tu tiempo es sagrado.

¿Y cómo se empieza?

Se empieza diciendo “basta” al multitasking sin sentido. Bajando el ritmo aunque sea un poco. Dando un paseo sin auriculares. Comiendo sin mirar el móvil. Respirando profundo cinco veces antes de empezar el día. Apagando notificaciones. Escribiendo sin prisa. Escuchando tu cuerpo.

Se empieza dejando de exigirte tanto. De no compararte con quienes parecen ir más rápido. De soltar el miedo a quedarte atrás. Porque no estás en una competencia. Estás en un camino propio. Y tu velocidad es perfecta si es la tuya.

También se empieza con autocompasión. Porque al principio puede doler parar. Puede aparecer la culpa. El vacío. El no saber qué hacer contigo misma sin estar ocupada. Pero eso también es parte del proceso. No estás fallando. Estás desprogramándote.

La lentitud abre espacio para la conexión. Con la naturaleza, con tu espiritualidad, con tus deseos, con tus ciclos. Te recuerda que no tienes que hacer tanto para merecer. Que puedes descansar. Que puedes simplemente ser.

Si te sientes agotada, desconectada, si sientes que todo va muy rápido y tú ya no puedes más… tal vez lo que necesitas no es seguir, sino parar. No es producir más, sino escuchar más. No es hacer mejor, sino sentir más profundo.

Estoy aquí para acompañarte si estás lista para bajar el ritmo y reconectar con tu verdad. Puedes agendar tu primera sesión desde mi web o llamarme directamente. Juntas podemos trabajar para liberar la exigencia, reconectar con tu cuerpo y aprender a vivir a tu ritmo, con más presencia y más amor.